viernes, 29 de junio de 2007

Lágrimas de San Pedro

Oyendo las lágrimas
Por ANTONIO BURGOS
ANOCHE, con el olor de las moñas de jazmines que la vieja gitana vende por Los Remedios con la misma fragancia con que de niño las vendió su marido, cuando vivían en la chabola de Las Erillas y aún sonaban los cantes en la madrugada de la venta del Charco de la Pava. Esta mañana, a la hora del café bebío, cuando las calores del día aún no se han presentado y todavía baja por la Borceguinería el fresquito de la mareíta del amanecer. O a mediodía, con el sol ya alto relumbrando sobre los azulejos de la cupulilla de la Torre del Oro y dando fuego al Mechero del Puente de Triana. Anoche, esta mañana o a mediodía, se vuelven a escuchar las Lágrimas.
Grandezas de Sevilla. En esta proclamación y gozo de los sentidos a la que llamamos Sevilla, el del oído te abre secretos paraísos, a los que llegas por los pasadizos de la memoria, por los revellines del rito. En Sevilla se pueden escuchar sonidos que en otros lugares del mundo ni a soñar que te eches puedes pensar que ni siquiera suenen. En Sevilla, por ejemplo, puedes escuchar el silencio, como si fuera una sonata de Chopin en el piano que tocaba por El Arenal la novia de un embarcado que se fue a las Antillas en una goleta. Escuchas el silencio en las tardes de la plaza de los toros, cuando el matador va a entrar a matar, no se oye una mosca y en la puerta de arrastre resuenan los cascabales del tiro de mulas para que te des cuenta de la grandeza solemne de esa total ausencia de sonidos que estás oyendo. Y el silencio se mira. Hay una Madrugada del año en que todos vamos a ver el Silencio. El silencio pasa y puede verse, porque habita entre nosotros. En Sevilla puedes escuchar también las amarguras. Cuando florecen los naranjos y los árboles del amor, y los vencejos vuelven para quitarle las espinas al Señor, sabes que vas a escuchar Amarguras. Como ahora, cuando huelen los jazmines en tardes de melancolía, tienes las certeza de que vas a escuchar las Lágrimas.
Ven, vamos, corre, que ya son las 12, que ya va a saltar al azul ruedo cóncavo del cielo el toro del verano, con divisa verde de avellanas de la Velá y blanca de nardos de la Patrona. Lo anuncian desde la torre mayor estos toreros clarines a lo divino de las Lágrimas. Como escapados de un grabado del puestecillo dominguero de un coleccionista de efectos militares en la Plaza del Cabildo, los clarineros suben las rampas de la torre mayor. Con sus azules guerreras y sus cascos empenachado de plumas, llevan las cornetas antiguas de los viejos regimientos de la guarnición de la memoria: Cazadores de Taxdir, Sagunto 7, Granada 34, Soria 9. Plumas. No estar cansado nunca de Sevilla tiene plumas. Siempre las plumas del rito. Plumas de alguacilillos de la plaza de los toros. Plumas de seises de la Pura y Limpia. Plumas de armaos de la Macarena. Plumas de municipales de gala en el pregón. Plumas de clarineros en las Lágrimas, melodía torera de chiquero y cambio de tercio que todos los chiquillos de Arenal habían olvidado, pero que la recordaba el niño de Trifón y la tarareaba el Padre Estudillo, y no pararon hasta que volvió a sonar desde las cuatro caras de la Turris Fortissima, para ponerle sonido al DNI que Sevilla le enseña a los vientos desde la fachada de poniente.
Yo ahora, Rogelio, he subido un año más contigo al montesinesco último cuerpo de campanas. Ven, vamos a oír las Lágrimas. Vamos a callarnos. Vamos a escuchar. Cómo llora Sevilla. ¿Pero por qué llora Sevilla en estas lágrimas del clarinazo que recibe al toro en puntas del verano? Ahora, no detrás de un palio, es cuando de verdad lloran los clarines. No lloran en memoria de un torero. Lloran a la memoria de Sevilla. En esta ciudad que es para hartarse de llorar, Rogelio, cuando bajemos de la torre y nos encontremos otra vez en la Avenida y en el mejor cahíz lo que todos los días, ay, nos tenemos que encontrar. Pero sigamos oyendo las Lágrimas, que ahora lloran su melodía por Matacanónigos. Y soñemos desde estas alturas impolutas. Soñemos que suenan en la misma ciudad que seguimos soñando. En una Sevilla refinada, lenta, amable, que se parecía a sí misma, que conservaba su esencia, donde toda armonía tenía su asiento. Oigamos la melodía del día de San Pedro, partitura de sueños de la mejor ciudad, ante tantas Negaciones y Lágrimas de Sevilla.

No hay comentarios: